Alba Batlle

Lda. ADE y Derecho Administrativo - Máster en Derecho Económico Internacional por ESADE.

miércoles, 8 de abril de 2015

Siglo XXI, la era de las desigualdades y la movilidad


Podríamos decir que nos ha tocado vivir un tiempo donde las desigualdades de tipo social, económicas y de movilidad, se han incrementado de manera insospechada, hace apenas unos años, y no estaríamos incurriendo en ninguna exageración.

Se ha roto el equilibrio en la vida de muchos ciudadanos españoles debido a la perdida de puestos de trabajo y al paro. Pero también por la ejecución de los desahucios y a la precariedad en el empleo de jóvenes y no tan jóvenes. El Estado de Derecho parece haberse esfumado o por lo menos está más enmudecido y cercenado que nunca.

Todos los que con frecuencia tomamos un vuelo a las seis de la mañana con rumbo a UK, Alemania o Suiza, entre otras ciudades de Europa, tenemos constancia de la cantidad de gente entre treinta y cuarenta y cinco años que vuelven a su trabajo, o país de adopción, después de haber pasado un fin de semana en familia. Hoy en día, para muchas personas, viajar no es un lujo sino una necesidad vital.

En nuestras primeras entrevistas de trabajo nos hablaban de la “disponibilidad para viajar”. Lo que no sabíamos era que algunos de nosotros viviríamos casi permanentemente con la maleta detrás de la puerta sin tener muy claro cual será nuestro destino definitivo. Quizá tengamos que renunciar para siempre al sedentarismo, propio de la época de nuestros padres, para pasar a un eterno peregrinaje en función de la demanda del mercado de trabajo.

Con frecuencia voy encontrándome a personas que tomaron la decisión, hace cuatro o cinco años, de marchar a vivir al extranjero a buscar la oportunidad de desarrollar su profesión, pero sobre todo buscando una valoración que en España se les negaba. Casi todos ellos coinciden en que no tenían claro el tiempo que tardarían en conseguir su objetivo y sin embargo todos lo lograron en un periodo de tiempo de entre seis y ocho meses como mucho. La mayoría son gente preparada, con experiencia e idiomas, que han comprobado como en un país que no era el suyo consiguieron contratos de trabajo con condiciones que en España,  ni tan siquiera en sus mejores tiempos, se hubieran atrevido a soñar.

Algunos me comentan que no saben como se han acostumbrado a convivir con un clima extremadamente lluvioso y frío en el que, a veces, se tarda semanas e incluso meses a ver el sol brillar. Transcurrido un tiempo se decide, de algún modo, echar raíces en el lugar donde se trabaja y poco a poco la integración al entorno es inevitable. Algo que comprendo perfectamente bien por haberlo experimentado en mis estancias en el extranjero.

Otra dificultad añadida es un tercer idioma que al principio no todo el mundo domina. La gran mayoría nos defendemos con el inglés pero muchas veces la contratación, o mantener el puesto de trabajo, está condicionado por la necesidad de aprender el idioma propio del país. Como es el caso de Alemania, o Suiza. Está claro que cuando se  proyecta el futuro no se pueden predecir todas y cada una de las dificultades que es necesario superar, si o si. 

En la otra cara de la moneda hay otra realidad bien distinta. Jóvenes, de entre veinticinco y treinta años, que se han ido recientemente de España, o que llevan más de un año fuera. La mayoría recién licenciados y sin experiencia laboral, los cuales tienen un poco más complicado encontrar un buen empleo y algunos lo están pasando francamente mal. No pueden aplicar sus conocimientos ni ven salida de futuro a corto plazo pero, por otra parte, se resisten a volver. Es muy duro ser emigrante en un país extranjero, cuando hasta hace bien poco has vivido en el propio creyendo ser un privilegiado.