Podríamos decir que nos ha tocado
vivir un tiempo donde las desigualdades de tipo social, económicas y de movilidad, se han incrementado de manera insospechada, hace apenas
unos años, y no estaríamos incurriendo en ninguna exageración.
Se ha roto el equilibrio en la vida de
muchos ciudadanos españoles debido a la perdida de puestos de trabajo y al
paro. Pero también por la ejecución de los desahucios y a la precariedad en el
empleo de jóvenes y no tan jóvenes. El Estado de Derecho parece
haberse esfumado o por lo menos está más enmudecido y cercenado que nunca.
Todos los que con frecuencia tomamos un
vuelo a las seis de la mañana con rumbo a UK, Alemania o Suiza,
entre otras ciudades de Europa, tenemos constancia de la cantidad de
gente entre treinta y cuarenta y cinco años que vuelven a su
trabajo, o país de adopción, después de haber pasado un fin de
semana en familia. Hoy en día, para muchas personas, viajar no es un
lujo sino una necesidad vital.
En nuestras primeras entrevistas de trabajo
nos hablaban de la “disponibilidad para viajar”. Lo que no
sabíamos era que algunos de nosotros viviríamos casi
permanentemente con la maleta detrás de la puerta sin tener muy
claro cual será nuestro destino definitivo. Quizá tengamos que
renunciar para siempre al sedentarismo, propio de la época de
nuestros padres, para pasar a un eterno peregrinaje en función de la
demanda del mercado de trabajo.
Con frecuencia voy encontrándome a personas que
tomaron la decisión, hace cuatro o cinco años, de marchar a vivir al
extranjero a buscar la oportunidad de desarrollar su profesión, pero
sobre todo buscando una valoración que en España se les negaba.
Casi todos ellos coinciden en que no tenían claro el tiempo que
tardarían en conseguir su objetivo y sin embargo todos lo lograron
en un periodo de tiempo de entre seis y ocho meses como mucho. La mayoría son gente preparada, con experiencia e idiomas, que han comprobado como en un país que no era el suyo consiguieron contratos de
trabajo con condiciones que en España, ni tan siquiera en sus mejores tiempos, se hubieran atrevido a soñar.
Algunos me comentan que no saben como
se han acostumbrado a convivir con un clima extremadamente lluvioso y frío en el que, a veces, se tarda semanas e incluso meses a ver el sol brillar. Transcurrido un tiempo se decide, de algún modo, echar raíces en el lugar donde se trabaja y poco a poco la integración al entorno es inevitable. Algo que comprendo perfectamente bien por haberlo experimentado en mis estancias en el extranjero.
Otra dificultad añadida es un tercer idioma que al principio no todo el mundo domina. La gran mayoría nos defendemos con el inglés pero muchas veces la contratación, o mantener el puesto de trabajo, está condicionado por la necesidad de aprender el idioma propio del país. Como es el caso de Alemania, o Suiza. Está claro que cuando se proyecta el futuro no se pueden predecir todas y cada una de las dificultades que es necesario superar, si o si.
Otra dificultad añadida es un tercer idioma que al principio no todo el mundo domina. La gran mayoría nos defendemos con el inglés pero muchas veces la contratación, o mantener el puesto de trabajo, está condicionado por la necesidad de aprender el idioma propio del país. Como es el caso de Alemania, o Suiza. Está claro que cuando se proyecta el futuro no se pueden predecir todas y cada una de las dificultades que es necesario superar, si o si.
En la otra cara de la moneda hay otra realidad bien distinta. Jóvenes, de entre veinticinco y treinta años, que se han ido recientemente de España, o que llevan más de un año fuera. La mayoría recién
licenciados y sin experiencia laboral, los cuales tienen un poco más
complicado encontrar un buen empleo y algunos lo están pasando francamente mal. No pueden aplicar sus conocimientos ni ven salida de futuro a corto plazo pero, por otra parte, se
resisten a volver. Es muy duro ser emigrante en un país
extranjero, cuando hasta hace bien poco has vivido en el propio creyendo ser un privilegiado.